Una estela de dudas frente a los resultados de los comicios recientes, fue el detonante para que su gente saliera a las calles a expresar su inconformidad y exigir respuestas, cansados de tanta corrupción.
Y es que desde hace algunos años, Guatemala viene afrontando un proceso complejo a la sombra de las ideas socialistas que parecen estar cada vez más cerca del poder, poniendo en marcha toda su artillería de realidades invertidas y promesas disfrazadas de equidad, solidaridad e inclusión.
Esa lucha revolucionaria a la cual muchos países estamos -después de más de seis décadas- tratando de sobrevivir y que a otros los ha sumido en la miseria al perpetuarse en los mandatos, ha logrado permear procesos que se suponían blindados de los tentáculos de la izquierda.
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Las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos –LEPP- en ese país, fueron el primer paso para despejarle el camino a quienes llevan cerca de 20 años extendiendo el proyecto político que los llevaría a tener la primera mujer en la Presidencia de la República y quien ya aseguró su paso a la segunda vuelta.
Durante tres meses, el pueblo guatemalteco vio cómo el Tribunal Supremo Electoral –TSE-, fue restrictivo en el desarrollo de la publicidad de más de 20 partidos políticos que participaban en la contienda, pero que curiosamente fue sumamente flexible con la Unidad Nacional de la Esperanza –UNE-.
Esta “ayuda”, sumada a las ‘bolsas solidarias’ regaladas a población vulnerable por varios años, fueron la siembra para cosechar un triunfo del cual desconfía un gran número ciudadanos. UNE tiene ahora la mayoría de diputados, por ser el partido con más congresistas y por segunda vez, va por el máximo cargo en el Gobierno Nacional.
Sería interesante conocer de dónde han salido los recursos para financiar la ambiciosa tarea de entregar bolsas de comida a decenas de familias, cada mes, y además lograr soportar los gastos que implica una campaña política. Y si efectivamente corresponden al apoyo de la Internacional Socialista, como algunos afirman.
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Pero el golpe más duro a la institucionalidad se dio el pasado 16 de junio, cuando cuatro horas después del cierre de las mesas de votación, el Tribunal Supremo Electoral seguía sin entregar los primeros resultados. La espera se prolongó un día más, y dieron por virtual ganadora de la primera vuelta presidencial a Sandra Torres de la Unidad Nacional de la Esperanza -UNE- con 25,67% de los votos, seguida por Alejandro Giammattei, de Vamos, con un 13,93%.
La jornada electoral estuvo marcada por fuertes disturbios en varios municipios donde además la población manifestó sus inconformidades con los alcaldes recién electos, con predominio de candidatos del partido UNE.
Los indicios de fraude electoral en varios puestos de votación fueron expuestos abiertamente ante medios de comunicación locales e internacionales. Habiendo transcurrido apenas dos de los cinco días de plazo para impugnar las elecciones, fueron presentadas unas 1.157 quejas por anomalías y 220 reportes de compra de votos.
Las denuncias también están orientadas a que el software utilizado para el escrutinio –empleado al parecer en otros países como Venezuela y Nicaragua- fue alterado, de manera que las actas de los Juntas Receptoras de Votos tenían datos distintos a los arrojados por el sistema de cómputo del TSE.
Lo ocurrido en Guatemala esta semana es la muestra de que es necesario el despertar de la ciudadanía para hacer respetar la soberanía de un pueblo. La presión ejercida por la población llevó a que hoy se inicie un proceso de revisión, verificación y cotejo de la totalidad de las actas electorales de las 210.099 Juntas Receptoras de Votos, con el fin de subsanar errores y velar por la transparencia de los resultados electorales.
Esperemos que para el país centroamericano brille por fin la luz de la verdad y logren romper la maraña con la que la izquierda revolucionaria pretende envolver a otro gobierno, acabando con la libertad que en esencia aún conservan.
Guatemala se debate entre la desconfianza en las instituciones y el deseo profundo de su población de cambiar su suerte como nación.