Contra todo pronóstico, en los últimos años la derecha en el mundo ha conseguido ganar espacios estratégicos, logrando convertirse en la principal voz de la oposición en algunos países y en otros, llegando a ocupar los cargos más importantes del Estado.
En esta lista entran -con una alta representación en sus instituciones- Finlandia, Polonia, Hungría, Suiza, Francia, Italia, Dinamarca y España.
La derecha es la tercera fuerza en Alemania, Suecia y Austria, donde hace parte del Ejecutivo; mientras en el Reino Unido y la India, ha alcanzado los cargos de ‘Primer Ministro’, de la mano de Boris Johnson y Narendra Modi, respectivamente.
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Sin duda, este resurgimiento se ha dado gracias a la respuesta inmediata para superar las crisis económicas, ante el evidente fracaso del modelo socialista y el retroceso de la izquierda populista, que sólo ha traído pobreza y degradación a sus pobladores.
La consolidación de la necesidad de menos Estado y más libertad de mercado, viene impulsando la ola de triunfos en las sociedades agotadas por la manipulación a sus electores a partir de promesas de igualdad y equidad absolutas. No es sorpresa que una vez los socialistas llegan al poder, la corrupción descarada y el debilitamiento de las instituciones sea su impronta.
Por ende, la necesidad de reivindicar la autoridad, el fortalecimiento de los valores éticos y cristianos como base de la sociedad y la exaltación de la identidad nacional como sentimiento patriótico, abonan buena parte de estos éxitos.
En el caso de Norteamérica, las cifras así lo demuestran. La administración de Donald Trump firmó uno de los recortes de impuestos más grandes en la historia de los Estados Unidos. Gracias a esta acción, cientos de compañías otorgaron bonos, aumentaron los salarios de sus empleados y se dobló el crédito tributario para los hijos -«Child Tax Credit»-.
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Todo esto, sumado al aumento en la producción de petróleo, la renegociación del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en Inglés) y la creación de 2.5 millones de empleos -el promedio de crecimiento laboral más fuerte desde 1.997-, han sido factores decisivos para la lograr una floreciente economía, cuya tasa de desempleo cayó al 3.7%, su nivel más bajo en 50 años.
El reposicionamiento de la derecha se ha expandido también a países como Brasil, con Jair Bolsonaro que ha emprendido una lucha nada fácil contra el crimen organizado y la corrupción desatada por sus antecesores, Luis Ignacio Lula DaSilva y Dilma Rousseff, para destrabar la dinámica económica de su país y acabar con la “vieja política”, logrando acercamientos estratégicos con los Estados Unidos; con quien aspira inaugurar una nueva alianza hemisférica.
El desempleo se redujo un 12,3% con la creación de 408.500 nuevos empleos formales en el primer semestre de 2019, cifra más alta en los últimos cinco años.
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La tasa de interés para préstamos bancarios bajó a un 6%, cuando en épocas del socialista Lulla oscilaba en 26%. Y en materia de seguridad, el crimen se ha reducido en un 20%.
Para nadie es un secreto que las colaboraciones de la izquierda son transnacionales y en bloque construyen estrategias para sumar gobiernos e incluso dictaduras, como la que azota hoy a Venezuela.
En respuesta a ello, la derecha, que va más allá de crear alianzas de inamovibles y en cambio promueve un concurso de países en libertad, entendió que una vez en el poder, sólo implementando ajustes severos que recorten el gasto público, oxigenen la economía y permitan a los individuos gozar del derecho a generar su propia riqueza, sin las trabas de la burocracia de un Estado agigantado, se reconstruye el maltrecho tejido social y se reduce la brecha de las desigualdades insoportables que padecen los países atrapados bajo una forma de economía extractivista; donde los dueños del poder controlan los medios de producción y donde el dinero reemplazó a Dios.