En memoria de un héroe

El rostro de Waleswka Pérez es el fiel reflejo del sufrimiento y la zozobra en la cual hoy se ahoga el pueblo venezolano.

Su esposo Rafael Acosta, Capitán de Corbeta de la Armada venezolana, fue detenido en medio de golpes por funcionarios del Sebin y la Dgcim en la tarde del 21 de junio de este año; señalado por terrorismo y magnicidio.

Decenas de voces se unieron al clamor de Waleswka, quien pedía en medios de comunicación y redes sociales conocer el paradero de su esposo. Cinco días después, el ministro de Comunicación e Información, Jorge Rodríguez, en rueda de prensa aseguró que el Capitán Acosta, junto a otros miembros de las fuerzas militares, estaba acusado de participar en un plan golpista cuyo objetivo era “eliminar a Nicolás Maduro, Cilia Flores y Diosdado Cabello”.

El día 28 de junio fue presentado ante los Tribunales en una silla de ruedas. El joven militar no podía hablar, no entendía ni escuchaba bien; sólo pidió auxilio a su abogado hasta desvanecerse frente al juez.

La gravedad de sus heridas hizo que el juez ordenara su traslado inmediato a un centro asistencial. Sin embargo, la crueldad del régimen no tuvo límites: Acosta fue remitido a un puesto de salud de primer nivel, el Hospitalito de Fuerte Tiuna. Ahí, en la madrugada del 29 de junio, lo dejaron morir.

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Bajo la complicidad de las instituciones del régimen mafioso de Venezuela y el silencio incomprensible de los organismos internacionales, le fue arrebatada la vida al Capitán Acosta, víctima de una brutal tortura.

De acuerdo con el director de actuación procesal del Ministerio Público en el exilio, Zair Mundaray, el militar tenía 16 costillas rotas, lesiones similares a latigazos en su espalda y en la parte posterior de sus muslos, un pie fracturado, múltiples escoriaciones, quemaduras en la planta de los pies y rastros de haber sido electrocutado.

Pero éste calvario aún no termina. A la fecha, Waleswka Pérez, viuda y madre de dos pequeños niños, sigue esperando el cuerpo de su esposo; mientras los tiranos niegan que se tratara de un crimen de lesa humanidad.

Como los peores cínicos en su condición extrema de perversión, argumentan que Acosta Arévalo estaba imputado por “graves actos de terrorismo, sedición y magnicidio en grado de frustración” y aseguran que la investigación que dio con su captura “se realizó con respeto absoluto al debido proceso y a los derechos humanos”.

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Rafael Acosta Arévalo es uno más en la lista de los presos políticos asesinados estando bajo custodia del régimen, en los últimos cuatro años en Venezuela.

En 2015, Rodolfo Pedro González Martínez, piloto de aviación civil, apareció muerto en extrañas circunstancias en la sede de la policía política. Voceros del régimen aseguraron que se trató de un suicidio.

A mediados de 2017, el concejal apureño Carlos Andrés García murió cuando era trasladado desde el Sebin hacia el hospital.

Y hace tres meses, el concejal Fernando Albán Salazar falleció luego de ser arrojado de un octavo piso. Miembros de la dictadura sostuvieron que él mismo se habría lanzado.

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No hay espacio para el diálogo con la barbarie. Ya nada es igual. Venezuela está inmersa en una acción demoníaca y sus ciudadanos migran para no morir.

¿Para cuándo postergarán las naciones libres la salvación de un país, que se ahoga en la sangre de sus connacionales y cuya clase dirigente no logra llegar a mínimos de entendimiento, para extirpar un régimen que sólo será derrotado con las armas que empuñan los héroes?

Héroes como el Capitán Acosta, cuyo amor por su patria y su deseo de devolverle la libertad, fueron su inspiración y a la vez, su muerte.

Dios lo tenga en su gloria hoy y siempre; y en la memoria de los que sufren y permanecen aún en su país  y en la memoria de los que migraron al exilio, con el dolor profundo de perder su patria.