¿Civilización o barbarie?    

MFC
 
Bogotá, 22 de abril de 2018.
 

                                                      ¿Civilización o barbarie?
El asesinato de tres ciudadanos ecuatorianos del gremio periodístico, a manos de una supuesta disidencia de las Farc, desnuda la punta del iceberg del andamiaje que representan las organizaciones criminales Farc y Eln.
El negocio transnacional en manos de terroristas indultados y sus «disidentes», puesto al descubierto por el gobierno americano a través de la DEA, empieza a mostrar la innegable verdad que hemos denunciado siempre ante una justicia ciega y sorda. Aunque pareciera intrincado, todo el entramado delictivo se resume en unos principios, que los integrantes del nuevo partido político siguen fielmente.
Desde siempre, los grupos y guerrillas comunistas han fundamentado su accionar en estrategias en las que el azar y la improvisación no tienen cabida. Todos los factores políticos y militares que alcancen su injerencia tienen una hoja de ruta, incluso para aquellas variables externas que sean ajenas a su influencia.
Es así como la captura con fines de extradición de alias Jesús Santrich y Marlon Marín ha sido una inesperada y fuerte contingencia para la banda narcotraficante Farc. Ad portas de empezar a ejercer funciones legislativas -otorgadas por un gobierno cómplice que facilitó los ilícitos que se suponía, no podrían tener nueva ocurrencia después de la firma del acuerdo de paz-  el gobierno de Estados Unidos, en su legítima lucha antidrogas, sentó un precedente que podría cambiar el curso de un pacto mal hecho.
Las Farc, con sus nuevos brazos armados, han operado bajo esquemas y estrategias que aplican con principios claros de reparto de funciones, creación de células compartimentadas, trabajo clandestino e inversión de la responsabilidad revolucionaria.
Bajo esos principios, que aplican rigurosamente en la ejecución de todas sus decisiones y acciones, se puede concluir que alias Santrich tenía la misión de gestionar los negocios de tráfico de drogas, en perfecta articulación con los carteles mexicanos. También creó células operativas, que actúan ilegal y clandestinamente, para obtener recursos de diferentes formas.
Aunque Marlon Marín, sobrino de alias Ivan Márquez, nunca formó parte de la organización terrorista ni figura en los listados oficiales, oficiaba como intermediario en la adjudicación de proyectos para el postconflicto. Este hombre, que cayó junto con el cabecilla Santrich por estar involucrado en el envío de droga a Estados Unidos y que ha sido llevado a Nueva York para testificar en contra de sus cómplices, también operaba con otras nueve personas, para robarse los recursos del Fondo Colombia en Paz. Los millonarios contratos que tienen que ver con proyectos productivos en materia de avicultura, agricultura, piscicultura e infraestructura, también estaban en la mira de las Farc.
Ante la imposibilidad de negar lo evidente y comprobado, ahora el nuevo partido político pretende desviar la mirada de quienes todavía creen en los acuerdos de La Habana. Lo hacen ejerciendo el desgastado chantaje emocional de «la paz», mientras El Paisa e Iván Márquez, dan sospechosos pasos, previendo nuevas capturas. Negar y enmascarar los hechos con su discurso de paz, encaja en sus principios.
Juan Manuel Santos y todo su cómplice gobierno empoderaron y fortalecieron a un grupo criminal, que pretende evadir todas sus responsabilidades, con la manida extorsión del final de los acuerdos que, al final de cuentas, no resiste más mentiras.

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