Bajo el imperio del marxismo cultural

La humanidad siempre se ha visto enfrentada a la autodestrucción. A lo largo de su historia, ha creado mecanismos cada vez más invasivos para someter pueblos y naciones enteras a doctrinas o prácticas que terminan por atentar contra la libertad de todos, salvo la que disfruta la nueva élite creada a través del monopolio de los medios de producción.

Sin duda, hoy la capacidad de destrucción del socialismo ha superado cualquier amenaza que hayamos tenido que enfrentar en las últimas décadas, a través de la puesta en práctica del ‘marxismo cultural’, postulado del teórico comunista Antonio Gramsci, basado en la construcción de una ‘hegemonía cultural’.

Esta ‘mutación’ de las banderas socialistas se propaga rápidamente al tener como principal fuente de difusión las instituciones esenciales –iglesias, universidades, prensa, organismos del Estado- que son penetradas para ideologizar a las personas y ganar adeptos.

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En el caso de América Latina, países como Venezuela y Chile son la fiel muestra de que no se ha necesitado de eventos catastróficos para alcanzar niveles de decadencia inimaginables. Simplemente, la manipulación del pueblo ha bastado para lograr sus objetivos.

La “revolución bolivariana” llevó a Venezuela a convertirse en el país más inseguro y peligroso del continente. De acuerdo con el Observatorio Venezolano de la Violencia -OVV-, en los últimos 20 años, más de 330.000 personas han perdido la vida de manera violenta.

Entre 2016 y 2018, los funcionarios de seguridad mataron a 18.339 personas, es decir, unos 509 ciudadanos por mes y solo en 2018, fueron asesinados 7.523 venezolanos por resistirse a las autoridades de seguridad del Estado, que reciben órdenes del dictador Nicolás Maduro.

Sumada a la crisis social, su economía sufre una debacle equiparable a la que atraviesan los países en guerra, con poco crecimiento y una inflación anualizada de 13.475,8%, según el Fondo Monetario Internacional.

Todo esto, producto de las políticas caracterizadas por expropiaciones y por la eliminación del libre mercado, que llevaron a la decadencia total de la capacidad industrial, agrícola y productiva del país.

Pero en Chile, el impacto de las acciones influenciadas por el socialismo ha ido mucho más allá, en mucho menos tiempo y sin necesidad de presidir un Gobierno.

En dos meses de protestas, planeadas por la izquierda desde el Foro de Sao Paulo como parte de la ‘contraofensiva de los pueblos de América Latina y el Caribe’ anunciadas por Maduro, el pueblo chileno ha visto cómo se desmorona una de las naciones más prósperas de la región.

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Enmarcada en la generación de un movimiento transversal que promueve la intimidación y la desestabilización en el continente, la estrategia está logrando su objetivo.

Chile se destacaba como uno de los países con más bajos niveles de pobreza; liderando el ranking de menor población en estado de vulnerabilidad económica con índices por debajo de 5% -que contrastan con el de otros países que supera 30%- y con un crecimiento económico que se ubicaba por encima del 4%.

Hoy el panorama ha cambiado. Expertos aseguran que el impacto económico que ha tenido la crisis social en ese país supera el del megaterremoto y el tsunami que azotaron Chile en el año 2010.

Las protestas que iniciaron el pasado 18 de octubre, han dejado el saldo de 23 personas muertas y más de dos mil heridas; además, han ocasionado el cierre de locales comerciales y los daños a las estaciones del metro, paralizaron el sistema de transporte público y obligaron a una reducción de las jornadas laborales.

Sólo en octubre, el indicador mensual del producto interno bruto cayó un 5,4% respecto al mes anterior; una reducción superior a la de marzo de 2010, que alcanzó 4,1%  tras el sexto terremoto más grande registrado en el mundo. Por consiguiente, se estima que el crecimiento económico de Chile este año será solo de un 0,8 por ciento y de un 1,0 por ciento para 2020.

Enfrentamos hoy una nueva forma de destrucción de la civilización que usa el mismo recurso del odio multiplicado a través de la manipulación de las redes sociales; combinado con el adoctrinamiento escolar y universitario, logrando una mente alienada mientras simultáneamente las costumbres son relativizadas hasta llegar a cuestionarnos lo obvio, como el género, y seguir poco a poco desdibujando la individualidad en un colectivo imaginario perverso, que sólo conduce a la muerte.