El objetivo siempre fue claro: convertir a Venezuela en la base logística del terrorismo hemisférico, para llegar a Estados Unidos con mayor facilidad; inundar de coca la sociedad norteamericana y afectarla social y económicamente.
Así quedó en el “indictment” (acusación) expedido recientemente por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, contra el régimen de Nicolás Maduro. En el documento, se declara la existencia de “una conspiración corrupta, violenta y narcoterrorista entre el ‘Cartel de los Soles’ y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –Farc-”.
Además, señala que “entre 200 y 250 toneladas métricas de cocaína fueron sacadas de Venezuela” es decir, unas 30 millones de dosis letales.
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Según las acusaciones, las actividades criminales se iniciaron con la revolución liderada por Hugo Chávez en 1999 y ocurrieron en lugares como Aruba, Siria, México, Honduras e Irán. Dichos señalamientos dejaron al descubierto cómo una ideología vendida al mundo de manera inofensiva, terminó en la degradación completa de un pueblo.
El legado de la revolución, desde sus inicios hace 21 años, marcó el amargo destino para el país que hoy se ubica como el más peligroso de América Latina y está afrontando una de las peores crisis humanitarias en la historia de la región.
De acuerdo con el Observatorio Venezolano de la Violencia, solo entre 2016 y 2018, los funcionarios de seguridad del régimen de Maduro asesinaron a 18.339 personas -unos 509 ciudadanos por mes-. Toda una política construida bajo el miedo y respaldada durante años por la indiferencia de los organismos internacionales encargados de la salvaguarda de los derechos humanos.
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Venezuela se transformó paulatina y sostenidamente en un santuario de mafias y guerrillas, que le robaron la libertad y la vida a su propia gente, bajo el disfraz de la lucha bolivariana, hasta lograr ahogarla casi por completo.
Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, se creó un Estado paralelo con una subestructura de criminales que secuestró al país. Escudados en los títulos de ministros, generales, vicepresidentes y presidentes; estos ‘líderes’ del socialismo del siglo XXI se apropiaron de los recursos de la nación y atraparon sus instituciones, para avanzar en el interés de sumar las revoluciones socialista e islámica en una sola.
Fue precisamente ‘el comandante Chávez’ quien “incursionó” en el uso del narcotráfico como un arma de guerra y una herramienta para infiltrar la sociedad. Lo hizo a través del modelo de los sistemas de inteligencia, con comunicaciones secretas, reuniones clandestinas y la habilidad de moverse sin ser detectados, para poder insertar subversivos en toda América Latina. Colombia fue clave en este propósito, de la mano de las Farc, con ‘Jesús Santrich’ e ‘Iván Márquez’ a la cabeza.
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Pero ésta cruzada no surgió de manera espontánea. La estrategia nació con el coloniaje cubano que inició hace veinticinco años, cuando Hugo Chávez visitó el ‘paraíso socialista’.
Los lazos entre ambos países se fortalecieron cuando Venezuela experimentó la nueva bonanza petrolera entre el 2004 y el 2014. Desde entonces, el pueblo venezolano ha sido ‘vampirizado’ y despojado de sus recursos, gracias a la estrecha relación entre la dictadura castrista y el régimen chavista.
Los tentáculos de los Castro lograron adueñarse de las decisiones más importantes del gobierno venezolano, que ya no se tomaban en Caracas sino en La Habana. Permearon absolutamente todas las instituciones gubernamentales, los servicios de salud y hasta las fuerzas armadas fueron infiltradas por ciudadanos cubanos que, con el tiempo, llegaron a conquistar puntos estratégicos de la estructura militar.
Hechos confirmados en octubre de 2018 por el secretario general de la Organización de los Estados Americanos- OEA-, Luis Almagro, quien en un informe presentado ante la Organización de las Naciones Unidas, expuso la existencia de cerca de 22.000 cubanos infiltrados en el Estado venezolano, especialmente en los organismos de inteligencia. En ese mismo año, se dieron a conocer detalles de la participación de Cuba en el entrenamiento de torturadores venezolanos.
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Meses más tarde, se evidenció cómo la narcodictadura de Maduro abrió sus puertas al ELN para que operara en 12 de sus Estados. De esta forma, se sumaron a la actividad de otros grupos criminales como Hezbolá, que sentaron sus bases en el vecino país.
Como consecuencia, Colombia ha tenido que soportar éstas últimas dos décadas una herencia que jamás pidió recibir. El actuar de la estructura mafiosa, además de haber presionado la salida de más de dos millones de venezolanos hacia nuestro territorio, también ha golpeado nuestra estabilidad institucional y ha invadido miles de hectáreas con cultivos ilícitos que ahora son vigilados por las disidencias de las Farc y un ELN fortalecido.
Pero quizás lo peor es que aún cuentan con defensores acérrimos en todas las esferas, que con su doble moral exigen paz y perdón mientras se oponen a la posible intervención en cabeza de Estados Unidos, que llevaría a la liberación de un pueblo hambriento y empobrecido.
El discurso insensato de los “izquierdos humanos” debe caer. Junto con Maduro.
¡Viva Venezuela libre!