Bogotá, febrero 24 de 2019
¿Qué clase de persona ordena quemar camiones con ayudas humanitarias dirigidas a un pueblo que ya no aguanta más represión?
La dictadura de Nicolás Maduro no conoce límites. Su bloqueo en las fronteras para evitar que su gente mitigue el hambre es una canallada, un crimen de lesa humanidad que el mundo jamás podrá olvidar y que pasará a la historia como la mayor ignominia de este siglo.
Chávez y Maduro en Venezuela, los Castro en Cuba, Ortega en Nicaragua; respaldados por la tibieza de la Unión Europea y la ceguera de la ONU, que en las últimas horas “mostró su preocupación por la politización de la prestación de ayuda humanitaria a Venezuela”. El organismo internacional, que prefirió guardar silencio estos últimos años ante las aberraciones cometidas por Maduro contra su propia gente, se ha convertido en cómplice silencioso de centenares de muertes en la lucha justa del pueblo venezolano.
Colombia ha unido al mundo en las últimas 24 horas en torno a una tragedia histórica que ha permeado nuestro país, donde cientos de venezolanos buscan opciones para subsistir trabajando y durmiendo en las calles.
La diáspora venezolana es una de las migraciones masivas más grandes de la historia americana, con un éxodo que se calcula en hasta 3.8 millones de personas, obligadas a desplazarse para sobrevivir.
Lo increíble es verificar cómo los políticos de izquierda en Colombia hacen gala de su propia perversión, criticando una oportunidad única de liberarse del yugo socialista; aprovechando la coyuntura de la deserción de más de 60 miembros de las fuerzas armadas venezolanas, que decidieron ponerse del lado correcto de la historia y reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela.
En sus declaraciones, los efectivos de la Guardia Nacional que pidieron refugio, aseguraron que hay cientos de policías y militares que están buscando la forma de hacer lo mismo, cansados de atentar contra su propia gente. Todo esto ocurría mientras Nicolás Maduro bloqueaba la señal de televisión de varios canales que transmitían ‘en vivo’ lo que sucedía en la frontera.
En el entretanto, en el puente Simón Bolívar, quienes acompañábamos la misión de la entrega de ayudas humanitarias, fuimos testigos presenciales de la multitud de jóvenes desesperados que luchaban con todas sus fuerzas y su pasión, con la valentía de quien solo tiene una última oportunidad para cambiar la suerte de su familia y de su país: ofrecer su vida por la libertad.
El contraste abrumador entre la pasión del guerrero, la tristeza por los heridos en el enfrentamiento con la Guardia Bolivariana y la alegría orgullosa de quienes recibían a los efectivos desertores en su paso hacia Colombia.
Venezuela le está dando una gran lección al continente americano sobre su propia tragedia, y la necesidad de detener la tiranía mimetizada en una igualdad inexistente, sobre la resistencia real de un pueblo que solo quiere una cosa… ¡Libertad!
¡Venezuela no se rinde!