Bogotá, febrero 04 de 2018
Una de las mayores manifestaciones de indignación se produjo el pasado viernes en Armenia, cuando los quindianos recibieron con arengas de repudio y rechazo a alias Timochenko, quien fuertemente escoltado pretendía hacer proselitismo político en «su tierra».
Con visible molestia, la gente siguió la caravana en que se desplazaba el terrorista y le gritaron en su cara lo que es y seguirá siendo para los colombianos: ¡Asesino!
La impunidad con que cobijó el gobierno a Timochenko y sus compinches, el manoseo de la Constitución para pasar por encima de la voluntad popular y la bofetada que significó para una sociedad ansiosa de justicia, la postulación de este nefasto personaje a la Presidencia de la República, es el resultado de la mal llamada «paz». Nadie podría esperar una reacción diferente, porque estos delincuentes no cumplieron nunca con las mínimas condiciones para integrarse a la sociedad de un modo decente.
Nunca devolvieron a los niños reclutados, ni a las personas secuestradas. Continúan ejerciendo presiones en los territorios que dominan a través de sus brazos armados: las «disidencias» y sus franquiciados, ELN. Siguen lucrándose del narcotráfico, cuyos tentáculos se expanden e incrementan todos los días, no han reparado a sus víctimas y se pavonean por todo el país dando cátedra de moral y democracia, burlándose de todos aquellos a quienes masacraron, violaron, secuestraron y extorsionaron por décadas.
Pedir «tolerancia» como lo hace Juan Camilo Restrepo, es inocuo, porque los colombianos no podremos aceptar jamás la impunidad, la indignidad, ni la humillación promovidas e impuestas por Juan Manuel Santos.
Solo los cómplices de estos bárbaros delincuentes, pueden pedirnos aceptar a quienes rompieron todos los esquemas de legalidad e institucionalidad, solo porque un presidente indigno, mentiroso, tramposo y ególatra, firmó un papel para ganarse un premio Nobel.
Una enfermedad de la conciencia aqueja a quienes piden a las víctimas «aprender a convivir» con sus agresores y perdonarlos, sin que éstos se hayan arrepentido públicamente de sus delitos.
Por eso Timochenko y sus secuaces no pueden ni deben ser bien recibidos en ninguna parte y ojalá la historia se encargue de que nadie olvide nunca el terrible dolor que causaron.
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