Entre el bien y el mal

Bogotá, abril 21 de 2019

El reconocido psiquiatra polaco Andrzej Lobaczewski, quien durante la época de la dominación soviética realizó estudios sobre cómo se gesta la maldad en las sociedades –Ponerología-, señala que nuestra especie ha tenido como figuras a ciertos seres anormales (psicópatas, esquizoides y caracterópatas), que han jugado un papel fundamental en la expansión del mal durante los periodos más oscuros de la historia de la humanidad.

Se refiere entonces a las caracteropatías que son perturbaciones, de rasgos patológicos o «anormales» en el carácter, que generan dificultades en su desarrollo personal y que se evidencian a la hora de socializar con los demás.

Entre muchos, Joseph Stalin, Adolf Hitler, Kim Jon Un, Fidel y Raúl Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, son esos ‘líderes’ que se ajustan perfectamente a esas particularidades, con ideas maníacas y cambios de humor y de opinión.

Con la caída de cada una de las dictaduras en el mundo, ingenuamente creemos que nos hemos librado de la amenaza que resulta ser un gobierno totalitario para cualquier país. Pero no es así.

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Cada vez que surge un ‘líder’ que pareciera entender mejor las necesidades de su pueblo, prometiendo su liberación y manifestando un profundo deseo de otorgar igualdad y riqueza a los desposeídos; exaltando las emociones a través del discurso de odio y la venta de ilusiones, termina sometiendo a sus gobernados a la maldad de una bestia que se alimenta de la degradación sistemática del ser hasta llevarlo, incluso, a su muerte.

Pero la razón no es suficiente para entender este fenómeno, cuya explicación va más allá de una corriente ideológica y sobrepasa, además, lo terrenal.

Observar y ser testigo de los estragos de la crueldad del ser humano, nos obliga a reconocer que esta ‘bestia’ existe paralelamente en el mundo material y espiritual. Representa la disputa eterna entre el bien y el mal.

Sus perfiles son exactamente los mismos, generación tras generación. Su principal característica es la inversión de la realidad, por eso claman por la verdad, cuando son mitómanos en su esencia pues la mentira es su forma de vida; realizan labores filantrópicas como si amaran a los más desfavorecidos, cuando en realidad odian a la especie humana; piden que se haga justicia sobre aquellos a quienes consideran victimarios y a su vez, posan siempre como víctimas, obedeciendo a la alteración del mundo real. Aman desesperadamente la paz porque viven en conflicto con su propio ser; son narcisistas porque se creen dioses y tienen un merecimiento especial.

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La megalomanía es otra de sus peculiaridades, pues sienten que tienen el poder de decidir sobre la vida de cada uno y tal es su enfermedad, que no reconocen en sí mismos su psicopatía y la justifican con la generación permanente de discusiones y agresiones en donde siempre se muestran como los más vulnerables.

De esta forma, generan solidaridad en los demás recogiendo hábilmente las ilusiones y el dolor ajenos.

Colombia aún está en ese debate. La presencia de personajes con las características descritas arriba nos ponen siempre al borde de dejarnos seducir por la mentira, por la farsa de la lucha de clases -como si estas existieran como un todo individual y compacto-, poniendo en permanente anarquía las instituciones y debilitando el sistema hasta lograr que sucumba ante su perversidad.

La Biblia es enfática al afirmar: “Cristo nos liberó para que viviéramos en libertad” (…) “manténganse firmes y no se sometan al yugo de la esclavitud”.

Está en nuestras manos decidir nuestro destino.