¡Dios y Patria!

“Nunca volverá a ser como antes. Tantos años de esfuerzo se frenaron. Es mentira eso que dicen que el que no estudia es policía. Pero doy gracias a Dios que está vivo” fueron las palabras de Jennifer González, al enterarse que su esposo, el  intendente José Luis Rodríguez, perdería su ojo izquierdo luego de recibir un impacto de fusil, la noche del 3 de mayo, cuando el grupo de Operaciones Especiales de la Policía Nacional –Goes- intervino en el barrio Siloé, en Cali, por los fuertes disturbios ocasionados por vándalos y células de terroristas urbanos que hicieron parte de las protestas en la ciudad, en el marco del ‘Paro Nacional’ convocado desde el pasado 28 de abril.

“¿Por qué dicen que los policías son asesinos? Mi papá no es asesino” se preguntaba la hija de 11 años del uniformado, que durante tres días luchó por aferrarse a su vida, pues el proyectil que recibió, quedó ubicado a 2 milímetros de su cerebro y destruyó por completo el globo ocular.

La misma suerte acompañó al patrullero Ángel Gabriel Padilla, quien el 1ro de mayo recibió más de 27 puñaladas mientras transitaba por la vía que conecta a Cali con Yumbo, en el Valle del Cauca. El cuadro fue desgarrador: el Policía corría solo, en ropa interior, en medio del caos pues una turba enardecida le había quitado la ropa de civil que llevaba puesta.

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Ángel Gabriel no era una amenaza; estaba incluso desarmado y había guardado su uniforme en el baúl del carro a petición de su familia para evitar que fuera agredido, como deben hacer muchos de sus compañeros para llegar a sus casas, sanos y salvos. Al pasar por una de las barricadas, a Padilla lo obligaron a sacar todo lo que llevaba y en cuanto le vieron el uniforme, gritaron: “¡Tombo infiltrado, asesino!” y le cayeron a golpes.

El patrullero perdió el equilibrio y cayó, pero la multitud no paró ahí. Le lanzaron ladrillos, le pegaron patadas y lo hirieron a mansalva con un puñal. El médico le dijo a sus familiares que uno de los cuchillos pasó a unos milímetros cerca de la arteria aorta.

“Nosotros escogimos esta profesión y somos conscientes de que uno puede ser herido en combate. Pero no imaginé jamás que la misma ciudadanía por la que velamos,  intentara quitarle la vida a uno” dijo a un medio nacional Yenedith Quiroz, esposa de Ángel Gabriel Padilla, también patrullera de la Policía.

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La institución encargada de defender la seguridad y la vida de los colombianos, pasa por el peor momento en la historia reciente del país.  El vacío que deja cada integrante que muere prestando el servicio a su patria, es una pérdida irreparable.

“Todos los días, nos decían que merecemos morir, que debíamos estar al lado del pueblo” recuerdan dos patrulleros que por poco mueren incinerados en uno de los CAI quemados durante las manifestaciones en Bogotá.

Cuentan que unos vándalos lograron hacer un orificio en la ventana, por el cual lanzaron bombas incendiarias. “En ese momento todos los manifestantes empezaron a celebrar, estaban felices, era como si fuera un triunfo para ellos, como si nosotros fuéramos su trofeo, porque escuchábamos como nos gritaban «¡cerdos, se van a morir, se van a quemar!”, afirman los patrulleros, que hoy están vivos de milagro.

Tras veinte días de completa zozobra, estos hombres y mujeres continúan tratando de evitar los actos que rayan en el terrorismo urbano y que han afectado ya varias ciudades. A la fecha, en Cali por ejemplo hay 47 estaciones vandalizadas, 3 estaciones incineradas, 3 terminales incineradas y 54 buses vandalizados, de los cuales, 19 fueron incinerados; en Bogotá, van 20 buses de transporte público incinerados, 59 establecimientos comerciales saqueados, 21 Comandos de Atención Inmediata –CAI – de la Policía Nacional destruidos y 43 vandalizados.

También se contabiliza que han sido atacados 94 bancos, 254 comercios, 14 peajes, 4 monumentos, 23 vehículos institucionales, 69 estaciones de transporte, 36 cajeros, 2 gobernaciones y 29 cámaras de foto-multas. Daños que siguen en aumento por actos de violencia escalonada por parte diferentes grupos criminales que cobran vidas como si se tratara de una gran victoria.

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Este es el caso del capitán de 34 años, Jesús Alberto Solano, director de la Sijín en Soacha, quien fue vilmente asesinado mientras trataba de evitar que saquearan un cajero automático ubicado en ese municipio de Cundinamarca.

Solano recibió cinco puñaladas y dos días después -30 de abril-, murió. Fue un hombre ejemplar, orgulloso de pertenecer a la Policía Nacional y enamorado de su carrera, durante la cual recibió 132 felicitaciones,10 condecoraciones y estaba a punto de recibir su doctorado en educación.

Estas historias, que parecían tan lejanas décadas atrás cuando la seguridad democrática le devolvió la esperanza a Colombia, hoy se suman a los más de 850 policías heridos en las manifestaciones, mientras sus verdugos reciben apoyo internacional.

El llamado de la izquierda a convocar una marcha contra la Reforma Tributaria no ha cesado, aun cuando el documento ya fue retirado del Congreso de la República. Es claro que ése fue sólo el pretexto para generar destrucción y muerte al convertir el territorio nacional en un extenso campo de guerra, utilizando la combinación de formas de lucha, donde los buenos son los nuevos malos y los malos, son las víctimas.